25 de enero de 2013

Un granito de arena

Como no  me gustan las aglomeraciones, ni los sobreprecios ni la mugre, soy muy poco amante de veranear en la costa atlántica. Pero también creo que al menos una vez al año, aunque sea un ratito, hay que meterse al mar.
Este verano pude combinar tres días de frenética fotografía en pinamar, cariló/pinamar, pinamar/cariló/pinamar/pinamar/cariló (más o menos en ese orden y a esa velocidad) con dos tardes de bandera rojinegra en el líquido elemento. 
Fotográficamente hablando, cubrimos un poco la "temporada automotriz" (parece que existe algo así denominado) en las dos localidades que mencioné.
Autos nuevos y recién lustrados dentro de un bosque de pinos; de día un sol apocalíptico y de noche lámpara dicroicas (apocalípticas dicroicas). Creo que no hace falta decir más.
Lo que se ve en las fotos puede resumirse básicamente en "figuras" con dos valores distintos de exposición: quemado y negro.

En medio de tan desmoralizante trabajo tuve la oportunidad de hacer algunas fotos con una modelo superentrenada y predispuesta; una maquilladora habilísima y rápida, una productora experta y un equipo que colaboró en las más complicadas situaciones: poco tiempo, poca luz, un malentendido horario, cambios editoriales de última hora (todo parece fácil desde una silla en la redacción) y arena tratando de colarse dentro de mis equipos.


Los 15 minutos que aprovechamos de la "hora mágica"

Hicimos algunas fotos buenas en el tiempo que nos fue dado (oh, ingrato destino). Éso, y el rato que pasé batallando con las olas, hizo que valga la pena el frenético viaje.
Una especial felicitación el piloto que logró posicionar el vehículo en el punto indicado, en el ángulo exacto y al momento preciso para captar la luz de la "hora mágica". El resto fue solo apretar el disparador.