Mi analógica compañera y yo salimos de excursión al Barrio Chino para jugar un poco con las cámaras de fotos; su Pentax K1000 y mi fiel G16 de Canon, en un safari urbano que prometía.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhlY3CNBf9ucBUmjIwfFfH27AZaKSMNFaHwXjUROyJI4cOUe6f_ccD3mtpOdhoCfmm1O_z5x8VAae4oHbA-Jp-A5LCtxd3a1UYNgBXnrORBOlCjUrFqsGGAQylXZvN0KYIIaRyUi-XR3eqo/s400/IMG_1707_resize.jpg)
Entre las demoras y las vacilaciones de rigor, terminamos desenfundando cuando la hora mágica era apenas un tibio recuerdo, y lo que se suponía que sería un paseo por el parque (lumínicamente hablando) se convirtió en una desesperada carrera contra la oscuridad.
Cargada su Pentax con película KODAK Pro-Image de 100 ASAS, decidimos que para emparejar el desafío ambos nos ajustaríamos a tan mezquina sensibilidad.
Las tomas que quedaron son éstas. Tuvimos que exprimir al máximo algunas ideas para encontrar fotos en el levantino crepúsculo; un desafío exigente para el sensor, el ojo creativo y el buen pulso.
También una aventura edificante volver a las limitaciones del 35 milímetros, en días en que la tecnología no hizo creer que para conseguir buenas fotos alcanza con tener suerte y una equipo de los caros.