12 de noviembre de 2013

Ballotage

-Lo tenés? Lo tenés?
No lo tenía. 

La persona a la que debía fotografiar estaba en el escenario, sí, pero en el fondo; detrás de dos o tres filas de personajes que saludaban y sonreían a las cámaras; en la zona marginal donde no llega el calor de las lámparas dicroicas; cerca de los cortinados que absorben la luz (oh, voraz terciopelo); moviéndose furtivamente en la zona zero (limínicamente hablando); muy lejos de los 3200 ISO, de los teles con estabilizador, del monopié. Inalcanzable.
-Bueno, seguilo.

Lo seguí: de un lado para el otro arriba del escenario, al costado de la tarima, antes de la lluvia de papelitos, después de los abrazos, bajando la escalera, entre la marea de gente abrazadora, en la fila de militantes, al costadito de la cortina. Después de eso desapareció y ya no hubo a dónde seguirlo ni como tenerlo. Y nos fuimos con las manos vacías. 

Nuestra misión había comenzado horas antes: en el calor, manejamos hasta Pacheco; buscamos estacionar en el caos de un acto peronista (para los extranjeros, acá); nos acreditamos; en el calor, escalamos la tarima destinada a la prensa y ahí esperamos cerca de tres horas mientras nos turnábamos ir al baño o a comer medialunas.
Pero después de todo ese esfuerzo llegó la época oscura, y cuando el evento terminó, consumido en un ardiente ocaso de papel picado y choripán, yo no tenía nada. Ninguna foto que se pareciera a lo que habíamos ido a buscar. Anochecía, y cuando caminábamos hasta el auto, derrotados y cabizbajos, el único consuelo fue que éramos los últimos en salir.
Pasaron los meses y el candidato que mejor medía en las encuestas pegó el batacazo, y todo fue risas en el búnker de la rivera.
Allá fuimos, cargados de trípodes e ilusiones, con el objetivo claro de mejorar el rendimiento que habíamos tenido en el último conciliábulo partidario. 
Otra vez el calor. Y tener que estacionar y acreditarse y plantar las cámaras en medio del fervor militante. Esta vez más gente, más prensa y más expectativa; recuento de votos que serán bancas, y banderas partidarias por doquier. 
Arranca la música. Aplausos, discurso motivador y arenga militante. Agradecimientos. Lluvia de papelitos y el acto que se termina.
Mientras tanto "el nuestro" arriba del escenario, pero atrás. Parece repetirse la pesadilla fotográfica, y la pregunta incisiva que pone de manifiesto la impaciencia del jefe nos hiela la sangre:
-Lo tenés?
No lo tenía. No se podía tenerlo.
-Bueno, vamos.
Y otra vez la decepción. Alrededor se desmontaban los trípodes, estandartes guerreros de la batalla mediática de  cada día. Hasta me pareció ver, de reojo, alguien que ya barría el piso, preparando el predio para el evento de mañana. 
Y cuando ya todo parecía perdido, me parece ver la luz, allá sobre el escenario.
-A ver... Pará un poco.
-Dale, vamos. 
-Pará. Pará que tengo una foto.

Corriendo un albur técnico, con el monopié al máximo y la tensión en las puntas de los pies, la cámara sostenida con la firmeza de gelatina y apuntando a la ventana que parece abrirse entre las banderas del partido:





Salió esta foto. 
La usamos nosotros, para la página y para el twitter. La pusimos en el banner. También la eligieron en el diario, para la tapa. Es cierto que era la única imagen que teníamos. Pero tuvieron que reconocer que también era una buena foto.

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